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Las cavilaciones del primer partido moderno del Perú

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Resulta difícil y hasta sospechoso hablar sobre el APRA en el Perú. Como ocurre con todo fermento histórico de polendas, el Perú contemporáneo ha vivido escindido y ésta es sólo una de sus varias profundas escisiones, entre aprismo y antiaprismos. En una esquina, los rancios antiaprismos de una derecha espantada y largamente militarista junto con los virulentos antiaprismos de las izquierdas derrotadas en las urnas. En la otra esquina, más recientes, los arrebatos apristoides de intereses mercantiles y mediáticos siempre cercanos al poder, sea el que sea. Difícil no contagiarse de proaprismo o de antiaprismo.

Hablar del APRA es difícil no sólo por esta apasionada escisión. También por las no menos apasionadas pugnas entre hayistas y mariateguistas. Así como entre quienes defienden la consecuencia del partido a lo largo de estas ocho décadas y quienes, al contrario, sostienen que ha habido un cambio sustancial, hasta una traición. O varias. Y se discute si el viraje lo hizo Alan García o el propio Haya de la Torre. Y si fue a partir del 40, del 45, del 56 o del 62.

Los partidos históricos: el Partido Civil y el Partido Aprista

Hay muchas maneras plausibles de leer la historia republicana del Perú. Una, entre muchas, que retoma la cronología de los “grandes proyectos políticos” nacionales, desplegada por Carlos Contreras y Marco Cueto, podría enfocarse en las fuerzas políticas y partidos predominantes en los “medianos plazos”. En esta perspectiva, se podría distinguir tres grandes etapas: la primera es la de los caudillos militares (sin partidos), que se extiende a lo largo de medio siglo, desde la independencia hasta la emergencia del Partido Civil de Manuel Pardo. Otro medio siglo, hasta Leguía, aparece protagonizado por el Partido Civil y la comparsa de los primeros partidos de la “República Aristocrática”: el Partido Nacional y el Constitucional, fundados ambos en 1882; el Demócrata, de 1884; La Unión Nacional de 1891; la Unión Cívica, de 1891; el Partido Liberal, de 1901 y otras expresiones menores y aún más efímeras. En esta perspectiva. un tercer período, el más largo y reciente, corresponde a los ochenta últimos años, en los que el Partido Aprista Peruano se constituye en referente principal y polarizador de la vida política peruana y permanece mientras cambian y se renuevan sus interlocuciones y sus interlocutores, sus antagonismos y sus antagonistas.

Por cierto, el Partido Civil y el Partido Aprista comparten varias coincidencias existenciales, pese a sus distintos espacios históricos y a los muy distintos estratos que agregaron y articularon. Ambos cobijaron sendos, sesudos y en partes contradictorios proyectos de construcción del Estado y la Nación y ambos movilizaron e incluyeron en la política a nuevos sectores sociales. Carmen McEvoy lo ha explicado para el Partido Civil y Peter Klaren a propósito de los orígenes del APRA. El Partido Civil, antimilitarista por definición, llevó a los civiles al gobierno, cancelando el monopolio de los militares sobre la Presidencia de la República. El Partido Aprista, anticivilista por antonomasia, llevó a la política a nuevos sectores sociales, producto de la modernización de las primeras décadas del siglo. Como bisagra, el oncenio de Leguía liquidó el tiempo del civilismo e incubó la época del aprismo.

La insurgencia del APRA

El Partido Aprista viene a expresar, en la esfera política, la modernización y democratización que sacude a la sociedad peruana a partir de los años veintes, la época que Contreras y Cueto califican como época de los “proyectos populistas, nacionalistas e indigenistas”, entre los cuales el aprista es el proyecto que llega a tener mayor gravitación y permanencia.

La emergencia del Partido Aprista representa, ante todo, un movimiento de inclusión política de nuevos actores: los trabajadores de la caña de azúcar en el norte, el movimiento obrero concentrado en Vitarte, las élites provincianas y las capas medias de viejo y nuevo cuño que pugnan por agregarse y articularse en un proyecto político propio.

En segundo lugar, el Partido Aprista es el primer partido de masas en la historia peruana. En su pugna de 1931 con la Unión Revolucionaria por el control de las calles y los votos se inicia la política de masas en el Perú. “Las masas se combaten con las masas”, se pregonaba en esos años. Como lo ha destacado Jorge Basadre, las elecciones de 1931 inauguran el voto universal, directo y secreto, el registro electoral y el Jurado Nacional de Elecciones, bases de la promesa de una república democrática por la que el APRA luchó denodadamente. Por eso, el año 1931 y la emergencia del Partido Aprista marcan el ingreso del Perú a la modernidad política.

En tercer lugar, con el APRA nacen también los partidos programáticos, con referentes ideológicos. No es que no hubiera programas antes, y en todo caso éste es un rasgo común con el Partido Civil de Manuel Pardo. Lo nuevo es el énfasis en los aspectos programáticos (programa máximo, programa mínimo) y en la ubicación ideológica del partido. Haya, junto con Mariátegui, son los verdaderos iniciadores de la confrontación política de naturaleza ideológica y programática.

La política sigue basada, como siempre, en caudillos, de los que Haya de la Torre es un exponente antológico, pero ahora también en programas e ideologías. Haya aprende la concepción leninista del partido y la parafernalia fascista de Mussolini (también emulada por sus herederos) pero, al lado de ellas, intenta desarrollar un pensamiento original y creativo (tanto que fue acusado de padecer “el complejo de Adán”). Su fórmula es caudillo + partido + programa. Y su pensamiento original se afirma y se desarrolla desde el comienzo en contraposición con el comunismo, entre otros, en dos temas cruciales: la especificidad de América Latina y la ambigüedad del fenómeno imperialista en esta parte del mundo.

Haya de la Torre, que inicialmente había simpatizado más con el bolchevismo que con la social democracia europea, termina representando en el Perú precisamente a la socialdemocracia y el APRA llega (algo tardíamente) a incorporarse a la Internacional Socialista, cuando ya habían sido aceptados en ella la mayoría de los partidos latinoamericanos de inspiración aprista.

Pero –quizás– lo más innovador y lo verdaderamente radical del pensamiento aprista original consiste en haber levantado banderas: antiimperialistas (la “acción contra el imperialismo yanqui” fue el primer punto de su programa), nacionalistas (antes del Partido Aprista, en 1928, Haya había fundado el Partido Nacionalista Libertador), y latinoamericanistas (la “unidad política de América Latina” fue el segundo punto del programa aprista).

Estas tres banderas se amarran un una sola trenza. El antiimperialismo y el nacionalismo de Haya son esencialmente latinoamericanistas. De hecho, para Haya, la unidad y la integración de América Latina constituyen la base del desarrollo nacional, del Estado de transición y de su propuesta de capitalismo de Estado. Capitalismo de Estado: ¿cómo olvidar, en la época del perro del hortelano, que ésta era una piedra angular en la propuesta de de¬sarrollo nacional del APRA?

La longevidad del Partido

A sus 80 años, el Partido Aprista se revela tan longevo como su fundador. Sus antagonistas partidarios han cambiado a lo largo del tiempo: desde 1931 hasta 1945, la Unión Revolucionaria. Hacia 1956, los nuevos reformismos (Acción Popular, el Partido Demócrata Cristiano, el Movimiento Social Progresista), que expresan la movilización de nuevas capas medias y la búsqueda de nuevas alternativas de cambio, ante la percepción de pérdida de los ímpetus reformistas del APRA. Para 1963, el APRA hace causa común con la Unión Nacional Odriís¬ta y los barones del azúcar contra el gobierno de Fernando Belaunde y sus seis reformas estructurales.

Pero sus antagonistas más duros y duraderos, fueron hasta 1980, los jefes militares y los poderes fácticos y mediáticos. Recuérdese que hasta este año, los nombres del APRA y de sus líderes no podían aparecer en “El Comercio”, diario en el que toda referencia al partido aprista debía registrarse sólo como “la secta”. Y recuérdese –también- que la Constitución de 1933 marginaba legalmente al APRA y al Partido Comunista al proscribir los “partidos internacionales”. De hecho, durante estas largas décadas, la política peruana fue concebida como una guerra, en la que el otro es un enemigo al que hay que eliminar, aniquilar, matar. Y el otro, para el establecimiento en el poder, eran los apristas y los comunistas, aunque estos últimos también han sido un contendor permanente del aprismo, sobre todo en el mundo sindical y popular.

Numerosas causas explican la vitalidad del partido: entre otras, el carisma del caudillo fundador, el martirologio de la primera época, su capacidad para desplegarse como cultura, familia y religión (el slogan “Sólo el APRA salvará al Perú” siempre me pareció una paráfrasis del “fuera de la Iglesia no hay salvación”, o del “Fredemo, no hay otra salida” utilizado por Mario Vargas Llosa en la campaña de 1990) y la ausencia de alternativas orgánicas (que ha dejado la competencia, cada vez más, en manos de los llamados outsiders).

80 años después

Habida cuenta de las ambigüedades inherentes a todo discurso político y, en particular, al discurso aprista, hay quienes sostienen plausiblemente que todos los virajes estaban ya implícitos en el discurso original. Pero hay quienes sostienen, con la misma solvencia, lo contrario. Como no se trata aquí de buscar la interpretación auténtica de ningún texto, sólo queda registrar la pregunta que se hacen todos los analistas: ¿Qué queda de la social democracia, del antiimperialismo, del nacionalismo, del latinoamericanismo? A la luz de recientísimos llamados a olvidar los enfoques ideológicos, pareciera que la “nacionalización de tierras e industrias” (el tercer punto del programa aprista original) hubiera sido reemplazado por la “privatización general de tierras e industrias”.

Muchos, a lo largo de estas ocho décadas, han querido retomar las banderas apristas. Sin éxito en el Perú pero con notables desarrollos en el paisaje sudamericano, ello anuncia que tales banderas permanecen y han recobrado vigencia. ¿Quién las retomará en el futuro peruano? ¿Será el propio partido aprista, precisamente ahora cuando la bonanza económica vuelve más viable muchas de sus prédicas de antaño?

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